Exhortación Pastoral del Arzobispo Metropolitano a toda la Iglesia Arquidiocesana de Piura y Tumbes

(Para leer en todas las Misas el Domingo de Ramos – 20 de marzo)
A mis muy queridos sacerdotes, diáconos, personas consagradas y a los fieles laicos de la Arquidiócesis de Piura y Tumbes:
El Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa con el recuerdo de la entrada alegre y multitudinaria de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén la cual preanuncia la resurrección; y la Liturgia de la Palabra que evoca la Pasión y Muerte del Señor. Nos disponemos así a vivir la semana mayor del año. Jesucristo nuestro Señor, realizó la obra de nuestra redención principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión a los cielos. Desde entonces la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual. En el Triduo Pascual se revive y actualiza el misterio del amor de Cristo por nosotros (ver Jn 15, 13) que tiene como meta la victoria de la misericordia sobre el pecado.
Son días para acompañar al Señor tanto en las liturgias como en los diversos actos devocionales de nuestra rica piedad popular. ¿Cuál será nuestra actitud en estos días que se nos conceden?
¿Seremos como Anás y Caifás, intrigadores y murmuradores ávidos de acabar con el Señor? ¿Le abandonaremos como hicieron los Apóstoles? ¿Seremos traidores como Judas o cobardes como Pilato? ¿O acaso frívolos y mundanos como Herodes? ¿O más bien seremos como Simón de Cirene quien cargando la Cruz descubre el amor del Señor y la belleza del camino cristiano? ¿O quizás seremos como San Dimas, el buen ladrón, a quien le bastó un solo movimiento de puro amor para que toda una vida criminal le fuera perdonada? Cómo él, ¿haremos de la Semana Santa del Año de la Misericordia, una ocasión preciosa, quien sabe la última de nuestra vida, para que a través del sacramento de la reconciliación pidamos sincero perdón por nuestros pecados y así nos ganemos el cielo?
¿O nos pareceremos a Longinos, el centurión romano que al pie de la cruz se dejó tocar por la gracia de la fe y del amor para testimoniar que Cristo es el Hijo de Dios? ¿Tendremos la decisión de las Santas Mujeres como María Magdalena, María la esposa de Cleofás, y con ellas la del discípulo amado San Juan, quienes en el momento más doloroso no abandonaron a Jesús? ¿Cómo ellos seremos fieles a Cristo sobre todo en los momentos difíciles? Al pie de la Cruz de Jesús está su Madre, la mujer de la gran fe, la única que fue capaz de penetrar en el misterio de lo que acontecía en el Calvario y comprender que la Cruz es la potencia de la misericordia divina y por eso fuente de vida, de salvación y de victoria.
Hagamos de esta Semana Santa ocasión para acercarnos a María con verdadero amor de hijos para acompañarla en su dolor y para que Ella nos enseñe a mirar la Cruz con su mirada de fe. El Señor Jesús y María te esperan. No los defraudes. No te defraudes.
La Semana Santa del Año de la Misericordia
Esta Semana Santa es muy especial pues la vivimos en plena celebración del Año de la Misericordia convocado por el Papa Francisco. Si todo este año es tiempo de misericordia lo es de manera especialísima la Semana Santa con la celebración del Triduo Pascual. ¿Qué otra cosa es la Cruz y en ella el crucificado sino misericordia? ¿Acaso en la Cruz, Jesucristo no se manifestó plenamente como la misericordia divina encarnada amándonos hasta el extremo con toda la fuerza de su amor reconciliador? ¿Su Sacratísimo Corazón traspasado por la lanza y descubierto ante nuestros ojos, no es la máxima expresión de Dios que abre su corazón al pecador para abrazarlo, acogerlo, perdonarlo y rescatarlo? ¿No es la Cruz el más grande gesto de la fidelidad de Dios hacia nosotros que le somos infieles? ¿No es Cristo Crucificado la inclinación más profunda del Padre hacia el hombre, el toque más delicado del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del ser humano? Que la Semana Santa sea ocasión preciosa para que delante del Crucificado pidamos la gracia de la vergüenza por nuestros pecados y el don del consuelo, porque a pesar de mi historia de miseria y de pecado, el Padre por medio de su Hijo Jesucristo, con la gracia del Espíritu Santo, me sigue siendo fiel y me levanta.
¡Dale al Señor el regalo de tu confesión sacramental!
Como recientemente ha escrito el Papa Francisco: “Es importante que vaya al confesionario, que me ponga a mí mismo frente a un sacerdote que representa a Jesús, que me arrodille frente a la Madre Iglesia llamada a distribuir la misericordia de Dios…Recordemos que no estamos allí en primer lugar para ser juzgados…Es estar frente a otro que actúa «in persona Christi» para acogerte y perdonarte. Es el encuentro con la misericordia”.
En esta Semana Santa acerquémonos confiados a confesarnos. El pecado es una herida que la misericordia de Dios cura cuando hay dolor de corazón, arrepentimiento, y propósito de enmienda. La misericordia divina es infinitamente más grande que nuestros pecados. Por más lejos que nos hayamos ido apartándonos de su amor, por más honda y profunda que haya sido nuestra caída, la misericordia es capaz de hacernos volver y sacarnos del destierro y de la esclavitud del pecado para trasladarnos a la tierra de la semejanza y darnos la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Jesús, la misericordia encarnada, te aguarda, te espera en el confesionario para levantarte. Él espera siempre. Él sale a tu encuentro y te busca como el Buen Pastor a la oveja perdida. ¡Nunca es demasiado tarde!
Es impresionante y parece imposible de creer, pero sí, nuestro pecado es el lugar para el encuentro con el Amor del Padre, manifestado en Cristo Jesús: “Nuestro pecado entonces se convierte casi en una joya que le podemos regalar (a Dios) para proporcionarle el consuelo de perdonar”.
Misericordioso como el Padre
Pero en esta Semana Santa del Año de la Misericordia, también esforcémonos por ser misericordiosos con los demás, porque sólo los misericordiosos alcanzarán misericordia (ver Mt 5, 7). Si Dios nos ha perdonado tanto y no se cansa de perdonarnos, ¿acaso no debemos perdonar de corazón a nuestros hermanos? No seamos como aquel siervo malvado de la parábola a quien le son perdonados diez mil talentos (cerca de sesenta millones de denarios) y él no es capaz de perdonar cien a un compañero (ver Mt 18, 21-35). En Semana Santa y siempre, amemos a nuestros enemigos, hagamos el bien a los que nos aborrecen, bendigamos a los que nos maldicen, y oremos por los que nos calumnian (ver Lc 6, 27-28). No tengamos “cuentas por cobrarle” a nadie, es decir deseos de venganza, o rencores u odios que envenenan el corazón y matan el amor.
De otro lado salgamos al encuentro del que sufre, del que está herido, siendo como Jesús, buenos samaritanos (ver Lc 10, 25-37). Al Señor, el sufrimiento y la necesidad del prójimo no lo deja indiferente sino todo lo contrario, movido a compasión se compromete con el otro en su necesidad concreta. Ahí están frente a nosotros tantos hermanos en penuria a quienes podemos hacer objeto de nuestro amor a través de nuestras obras de misericordia, sean las corporales o las espirituales: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos; dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Como nos dice el Papa, las obras de misericordia son un medio maravilloso para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina.

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