Homilía: Ordenaciones Sacerdotales

Muy queridos hijos José Santos, Reymer Teodoro, Alexis
Janspier y Luis Leandro:
Hoy en la hermosa fiesta de Santiago el Mayor, apóstol de
Cristo, se ordenan presbíteros. Por su configuración ontológica con Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, el sacerdote es otro Cristo, y si la vida del Señor fue una vida de donación y entrega hasta hacerse víctima en el altar de la Cruz, de la misma manera lo tiene que ser un sacerdote. Por tanto, hay dos palabras que nunca podrán separarse a partir de hoy en sus vidas: sacerdocio y sacrificio.
La clave de la alegría sacerdotal consiste en agradar al Señor
Jesús en todo momento, a Él que nos ha elegido sin mérito de nuestra parte. Por eso busquen en todas las circunstancias concretas de sus vidas lo que Él quiere de ustedes, y como nos ordenó tanto Dios Padre como María, nuestra Madre, escúchenlo y hagan siempre lo que Él les diga (ver Mc 9, 7 y Jn 2, 5). Así la alegría sacerdotal de este día perdurará para siempre.
Por la imposición de manos y la oración consecratoria,
participarán en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, en comunión filial con su obispo. Sean, por tanto, ministros de la comunión y trabajen siempre por unir a los fieles en una sola familia, la Iglesia.
2 Para ser sacerdotes santos y fecundos en su ministerio cultiven en todo momento las cercanías propias de la vida sacerdotal: Estén cerca del Señor en la oración, estén cerca de su obispo que es su padre, estén cerca del presbiterio, es decir de los demás sacerdotes, pero como hermanos, sin «pelearse» el uno con el otro, sin hablar mal el uno del otro, y finalmente estén cerca del Pueblo de Dios. Siempre tengan ante sus ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir, y buscar y salvar lo que se había perdido.
1 Santiago apóstol, bajo cuya protección y guía hoy se ordenan, tiene muchas lecciones que darles a ustedes, queridos ordenandos, así como a todos nosotros, para que vivamos santamente nuestra vocación y ministerio sacerdotal. Veamos.
Junto con su hermano Juan, Santiago era hijo de Zebedeo y
pescador de profesión. A ambos, Jesús los llamó para ser pescadores de hombres, y sin la más mínima oposición de su padre, ellos aceptaron el reto del llamado y dejándolo todo, le siguieron (ver Mt 14, 19; Mc 1, 20; Lc 5, 1-11). Junto con San Pedro y su hermano Juan, Santiago formó parte de aquel círculo íntimo de los tres que estuvo con el Señor en las ocasiones más sagradas, como por ejemplo en la Transfiguración y cuando Jesús le devuelve la vida a la hija de Jairo, uno de los jefes de la Sinagoga de Gerasa (ver Lc 9, 28-36 y Mc 5, 35

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